Aprovechando que hoy es 6 de diciembre y que por privado alguien me ha preguntado por algunos lugares en los que pudo estar el emperador, acerca de uno de ellos respondo que sí; que el 6 de diciembre de 1541, el emperador Carlos V se encontraba en Murcia, donde entró la tarde anterior —dice Foronda y Aguilera— “por las tres puertas que dicen del Puente…”. Y de Murcia no se movió hasta el día 9, por lo que técnicamente se puede asegurar que el Puente de la Constitución de 1541 lo pasó en Murcia, que no es mal sitio para hacerlo a estas alturas del año, dicho sea de paso.
Aunque, en este sentido, habría que explicar un par de detallitos sobre el Puente de la Constitución, que se le podría llamar desde el punto de vista de aquella época —con perdón— el puente de las tres mentiras. Lo mismo que Santillana del Mar, del que se dice que es el pueblo de las tres mentiras —también con perdón— pues ni es santo, ni está llano —lo rodean pequeñas ondulaciones—, ni tampoco tiene mar, porque el Cantábrico dista a poco menos de diez kilómetros.
Primero, porque en el siglo XVI no había más puentes que los que salvaban ríos, arroyos y cualesquiera otros accidentes geográficos, así que la peña se veía obligada a trabajar de sol a sol día sí y día también. Claro que al tratarse del otoño rozando el invierno, sol lo que se dice sol, poco, porque se pone en un santiamén, y adiós luz. Y en el siglo XVI, o te apañabas con velas y fogatas, o malamente tra tra. Por lo tanto, nada de puente.
Segundo detalle: España era una monarquía. Vale, como ahora, pero a la de aquella época —con los Austrias mayores, esto es, Carlos V y su hijo Felipe II— aún no se la podía llamar monarquía absolutista, según defendía el profesor Manuel Fernández Álvarez, en el sentido que se conoció con posterioridad. Es decir: el rey mandaba y ordenaba, y ajo y agua para el que no estuviera de acuerdo con sus decisiones. Técnicamente no era una monarquía absolutista, sino autoritaria, pues quien mandaba era el rey. El que más, pero no se lo pasaba todo por el forro. Estas palabras de Fernández Álvarez lo dejan muy claro: «No gobiernan [Carlos primero y Felipe después] un cuerpo nacional uniforme, sino una multiplicidad de pueblos, cuyas estructuras jurídicas habían jurado respetar, y de hecho respetaron. Se muestran como monarcas autoritarios que se consideran facultados por Dios para gobernar (en momentos determinados y excepcionales), como soberanos absolutos. Pero, de hecho, los Austrias mayores respetaron los privilegios de sus diversos reinos, y atendieron los dictámenes de sus Consejos. Era el sistema heredado y quizá ni siquiera se plantearon su cambio, porque estaba en el fundamento. de lo que consideraban sus obligaciones regias: administrar justicia, la cual suponía, ante todo, respetar el ordenamiento jurídico de sus pueblos. Y así podía recordar Carlos V a Felipe II: «Esta virtud de justicia es la que nos sostiene a todos…». De hecho, una medida aparentemente tan sencilla, como la unificación de sus títulos peninsulares por el de Reyes de España, ni siquiera se la plantearon. Por eso considero que más que de monarquía absoluta cabría hablar de monarquía autoritaria».
Y tercer detalle: visto lo visto, lo de la Constitución, como que no, siendo constitución un acuerdo de reglas de convivencia, por resumir, que se dota un pueblo. Y por aquí, es decir, en España, no se conoció ninguna como tal hasta la de Cádiz de 1812.
Y todo esto porque el emperador Carlos V estaba por Murcia el 6 de diciembre de 1541. Se pondría flojo de zarangollo, michirones, arroz caldero o paparajotes, con lo que le gustaba comer al amigo. Si es que existían todos aquellos platos por aquel entonces, claro.
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